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La religiosa africana mueve sus caderas al son de la cumbia y lleva colores sobre su hábito.
Por mucho que ha buscado, la hermana Micheline Towanou nunca ha encontrado en el Carnaval de Barranquilla nada asociado con el diablo, así le hayan dicho que se refiere a la ‘carne de Baal’, una deidad maligna, rival del Dios de Israel.
Ella lo que ha visto, en cambio, es cultura y alegría, fiestas, sancocho, baile y tambor, el mismo tambor que en su tierra es parte de la vida y que a ella la empuja a bailar. Porque baila muy bien así diga que lo hace mal: baila con los brazos el alto, en jarra sobre la cadera ondulante, mientras en su rostro amplio y oscuro, se marca el marfil de la sonrisa inmensa de su raza.
“Esto no tiene nada que ver con el diablo como yo escuchaba –dice ahora con un español que es más claro de lo que parece-. Llevo 15 años aquí y lo que he visto es una vivencia de alegría. Es como una recreación que se transformó en un momento cultural donde todo el pueblo de Barranquilla se alegra y vienen los demás para compartir esta alegría”.
La hermana Micheline lleva su hábito blanco y está sentada frente al computador de su oficina de la Curia Arzobispal de Barranquilla. Desde ahí dirige, hace 12 años, la Obra Misional Pontificia de esta jurisdicción. Es viernes, son las 11:30 a.m. y en media hora, participará en la Lectura del Bando del Carnaval interno de la Curia.
Al alcance de su mano, está un bolso de donde saca varias piezas de algodón, coloridas todas ellas. Las trajo de su país natal, donde son típicas. Usará una de ellas en el evento del Bando por encima de su hábito a manera de falda. También extrae una bincha roja de pepas blancas que evoca a la negrita Puloy, y se la pone a la cabeza luego de colgarse al pecho un collar de flores artificiales.
“Son las telas usamos de vez en cuando para proteger el hábito, para cambiar un poco la apariencia y en homenaje a la tierra de donde vinimos”, dice ahora. Desdobla una de las telas. Es sicodélica, con trazos azules como hojas sobre un fondo amarillo, pero hoy usará otra en la que también predomina el amarillo, salpicada de varios colores, y estampadas con imágenes religiosas de las diócesis de su país. Es un homenaje a los primeros 150 años de evangelización en esa zona africana.
Ella hace parte de la Comunidad de las Hermanas Oblatas Catequistas Pequeñas Siervas de los Pobres. Son nueve religiosas de esta orden instaladas en Colombia, todas africanas, y Micheline es una de las cuatro de Barranquilla. Tienen su sede en la casa contigua a la parroquia Santa María Goretti del barrio Las Américas.
Esta congregación fue fundada en Benín (África) el 19 de marzo de 1914 por la madre Elizabeth Nobre de la Trinidad, el padre Emile Francois Barril y la madre Valentina Cavallo. En ese país nació la hermana Micheline, quien ya suma 20 años de vida religiosa.
“Cuando llegamos aquí, nos dimos cuenta de que no había misa. Buscamos misa, iglesia abierta, y muy pocas eran las que encontrábamos. Entonces decíamos: si se ve que están en una expresión de alegría, de cultura, entonces por qué dicen que es carne de Baal. Nosotros venimos de una cultura africana, y sabemos lo que de verdad tiene contacto con el diablo”, señala la hermana Micheline.
Por estos días, sus fotografías han aparecido en su cuenta de Facebook y las de sus amigos y compañeros de la Curia. Se le ve en pleno goce cultural, alegre, con su falda de colores y su collar. Es imposible que pase inadvertida así parezca mimetizada entre indumentarias carnavaleras. Se ve feliz.
Ella no comparte la idea, defendida por otros credos religiosos, de que en el Carnaval como expresión hay algo escondido, algo turbio. “Si lo hay, todavía no lo he visto, sino todo lo contrario: la familia se reúne y se alegra, los miembros de cada familia hacen su recreación, bailan, pasean, toman sancocho juntos”, señala.
Y esa expresión cultural y festiva es lo que la Iglesia ha empezado a aceptar porque es cultura, así de simple; y Jesús, cuando estuvo entre nosotros, purificó la cultura, asegura ella.
“No podemos poner la cultura por fuera de Dios porque sin cultura no hay Iglesia. La cultura y la Iglesia van de la mano. Quien quiere vivir la fe y no la vive dentro de su cultura, encuentra un vacío”, explica con el mismo entusiasmo con que bailará más tarde luego de que la reina del Carnaval de la Curia, Diana Victoria Quintero; y su Rey Momo, Anthony Rada, lean a dúo el Bando que llamará a la alegría sana de los católicos.
De inmediato sonará ‘Te Olvidé’, y luego una cumbia pura con tambora y flauta de millo, y la estancia escogida para el evento de lectura, donde funciona la cafetería de la Curia, se llenará de empleados disfrazados. Anthony, de Garabato, bailará con Diana, que lucirá un vestido ajustado de lentejuelas y un sombrero alusivo a la marimonda. Micheline demostrará en ese momento, una vez más, que lleva la cumbia prendida en el alma: ni siquiera la reina la baila tan bien.
La razón, explica ella es que, como buena africana, se entrega al baile y al canto para vivirlo desde adentro. Porque en su tierra, desde hace mucho, han conectado la cultura con el Carnaval. Por eso, allá no hay misa sin tambor, ese instrumento que es tan importante para los africanos porque de él salen cantos, sale una expresión.
“Nosotros cantamos el evangelio. Lo que cantamos en la eucaristía son los evangelios, los textos bíblicos. Es una experiencia en la que la gente se siente más atraída, más interesada y se entrega plenamente”, agrega.
Es algo muy distinto, dice a lo que ocurría con los cantos gregorianos de otras épocas, cuando las misas eran en latín, y todo mundo cantaba con mucha seriedad. “En realidad, no se vivía esa fe porque la gente no vivía su cultura. Era una fe obligatoria, pero cuando la fe penetra la cultura, la gente se alegra”, asegura.
Es tan clara esta asociación del Carnaval con el encuentro y alegría, que ella no se explica por qué los jóvenes de los barrios de Barranquilla no forman grupos folclóricos y se ponen a bailar las tardes de sábado y domingo.
“En África no hay barrios sin grupo folclórico. Hasta organizan competencias porque es un momento en que los jóvenes evitan al malo y se unen para hacer algo”, dice Micheline.
Porque los cantos que terminarán componiendo esos jóvenes, agrega la monja, serán expresiones de los sentimientos, serán manifestaciones de alegría que les servirán para salir adelante.
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